DespuĂ©s de un largo y complicado viaje, nuestros amigos finalmente atracaron en la PenĂnsula de Yucatán. Era hora de decir adiĂłs a los amigos que hicieron en el trasatlántico. La enorme puerta del barco comenzĂł a abrirse lentamente, como la boca de un gran monstruo marino. Los primeros rayos del cálido sol mexicano brillaron sobre el área de carga. Los seis amigos intercambiaron miradas una vez más, y Sal y Pimienta se dirigieron a su prĂłxima aventura. Les fascinaba pensar en lo lejos que estaban del apartamento de los Horák en este preciso momento, pero al mismo tiempo, les asustaba un poco.
—¿Crees que podamos llegar a casa desde aquĂ? —preguntĂł Sal a Pimienta.
—La verdad es que no tengo ni idea, pero tenemos muchas nuevas experiencias y nuevos conocimientos para compartir. Tal vez se nos ocurra alguna forma de volver —dijo Pimienta.
Ambas estaban de buen humor cuando se dispusieron a explorar un lugar más en el mundo. A travĂ©s de crucigramas y otros juegos, aprendieron que MĂ©xico era un paĂs de celebraciones y mucha comida sabrosa. Y tenĂan muchas ganas de descubrir nuevos sabores y de hacer más amigos. Sin embargo, desde el puerto hasta la ciudad más cercana habĂa muchos kilĂłmetros de distancia. Como no veĂan ningĂşn medio de transporte, decidieron ir a pie.
En el camino, admiraron todos los diferentes tipos de cactus, de muchas formas y tamaños y se divirtieron poniĂ©ndoles nombres. Curiosamente, los puercoespines y perezosos con los que se encontraron tenĂan espinas y parecĂan cactus que tenĂan vida.
El sol mexicano era extremadamente caliente y todo parecĂa moverse muy, muy lentamente. Incluso las serpientes de cascabel parecĂan no moverse ni un centĂmetro y se escondĂan entre las piedras, dejando ver solo sus colas para advertir que estaban ahĂ. Nuestro…