La tranquila tarde de domingo de Sal y Pimienta fue interrumpida por un fuerte ruido que resonaba en la estación de tren local.
— ¿Sigues entera? —preguntó Pimienta a Sal llena de nervios, mientras ambas rodaban por el suelo del vagón comedor. El tren se sacudÃa al cambiar de vÃa, dirigiéndose al depósito para ser limpiado y preparado para su próximo viaje internacional.
—Claro que sà —respondió Sal con una gran sonrisa en el rostro.
—Qué gran paseo, ¿no? —dijo Pimienta en un suspiro, se sentÃa muy satisfecha con el viaje.
Aunque habÃa sido un largo viaje y estaban extremadamente cansadas, nunca olvidarán la gran experiencia. Por fortuna, el apartamento de los Horák estaba al otro lado de la calle, por lo que estaban a pocos pasos de descansar. Tan pronto como subieron a la mesa de la cocina, inmediatamente cayeron en un profundo sueño.
Al escuchar los ruidos matutinos tÃpicos de la casa de los Horák, Sal y Pimienta despertaron, echaron una mirada por la ventana donde pasaba la gente saliendo de la estación y volvieron a la realidad.
—Volvimos a casa —dijo Pimienta con un suspiro.
Mantuvieron la vista en la estación de tren al otro lado de la calle y se dieron cuenta de que la estación era su puerta de entrada a un mundo de nuevas experiencias y descubrimientos. Ya no era solo un edificio gris del que entraba y salÃa gente.
—Los trenes son asombrosos —dijo Pimienta, mientras recordaba su primer viaje en tren.
—Claro que sà —sonrió Sal, con una sonrisa de oreja a oreja.
Cuando los miembros de la familia Horák salieron del apartamento para volver a sus rutinas diarias, Pimienta tomó una decisión seria:
—Tenemos que hacerlo de nuevo.
Sal no lo…