Érase una vez un reino llamado Goryeo. Un dÃa, el rey ordenó a sus soldados que arrestaran a todos los monjes budistas del paÃs.
—Cerrad todos los templos y meted a los monjes en la cárcel —mandó el rey.
Él pensaba que los monjes eran impÃos y que se merecÃan un duro castigo, asà que los soldados se dirigieron a los templos y los monjes huyeron despavoridos para evitar que los atraparan. Al enterarse de lo que estaba pasando, uno de los monjes decidió ocultarse en la aldea de su hermana.
—Hermana, por favor, escóndeme en tu casa o ¡me meterán en la cárcel! —le suplicó—. Seguro que los soldados no me vienen a buscar aquÃ.
Su hermana decidió ayudarlo y lo escondió en una pequeña habitación sin luz. El monje se encerró allà y su hermana le llevaba agua y comida hasta que tuvo una idea horrible. «¿Y si lo entrego a los soldados? Si les ayudo a atrapar otro monje, a lo mejor me recompensan», pensó.
Pero su esposo descubrió su malvado plan y, cuando su mujer salió de casa, él abrió la puerta de la habitación secreta para advertir al monje.
—¡Corre, huye! ¡Mi esposa fue a avisar a los soldados, vendrán a arrestarte!
El monje, al escuchar esto, se asustó mucho y se puso en marcha de inmediato, pero, antes de salir de la casa, se giró hacia su cuñado por última vez y le dijo:
—Gracias por salvarme la vida. No tengo nada con lo que agradecértelo, pues no tengo posesiones, pero tengo esto. Lo hice mientras estaba en la habitación.
Le entregó a su cuñado lo que parecÃa una diminuta figura de arcilla y se fue. El hombre observaba el curioso regalo cuando, de repente, la figura se retorció, sacó de…