Hay una vieja leyenda polaca sobre un reino gobernado por el prÃncipe Krakus, en el que una vez ocurrieron cosas de lo más peculiares. De un dÃa para otro, la gente empezó a desaparecer de las ciudades y pueblos de los alrededores de la colina de Wawel. Simplemente se esfumaban y nadie volvÃa a saber de ellos.
¡Y no sólo eso! Los pastores empezaron a perder sus ovejas, normalmente cuando las llevaban a los pastos situados justo al pie de la misma colina. Las buenas gentes del reino empezaron a preocuparse mucho e intentaron dar sentido a las misteriosas desapariciones. Era como si la propia tierra se hubiera tragado a las pobres criaturas.
Poco después, un niño estaba recogiendo setas en un bosque cercano. Estaba siguiendo un pequeño rastro de ellas cuando encontró una cueva oculta tras un denso matorral. Se asomó al interior... ¡y allà estaba! Un colosal dragón verde, dormido como un gatito, cuyos sonoros ronquidos hacÃan temblar la tierra.
El niño, asustado, huyó rápidamente y corrió directo al castillo para informar al prÃncipe de la terrible amenaza que acechaba en la cueva bajo la colina. El prÃncipe reunió inmediatamente a todas sus tropas. Ordenó a los habitantes de la ciudad que tomaran también sus armas, utensilios como horcas, hachas y rastrillos, y todos juntos marcharon hacia la cueva.
Sin embargo, el estruendo de los hombres fuertemente armados despertó a la bestia de su sueño. Cuando el dragón vio a todas las personas que habÃan venido a matarlo, se enfadó muchÃsimo. Salió lentamente de su guarida, respiró hondo y, ¡empezó a escupir fuego por todas partes!
La gente volaba por los aires como muñecos de trapo debido a su ardiente explosión. Los que aún podÃan correr, corrÃan rápidamente para ponerse a salvo. Todos suspiraban…