Miguel era un hábil artesano y podÃa hacer casi cualquier cosa de madera: cucharas, cuencos, cucharones y muchas otras cosas útiles. Siempre habÃa un gran ajetreo en su taller. Todo lo que fabricaba lo vendÃa en el mercado. La gente del pueblo se sentÃa afortunada de tener cerca a un artesano tan hábil y, sobre todo, que hacÃa cosas tan bonitas.
También conocÃan muy bien a Miguel en la posada del centro del pueblo. Era un visitante habitual: cada mañana pasaba por allà para desayunar y asà tener energÃa suficiente para estar todo el dÃa trabajando en el mercado.
Sin embargo, un dÃa se dejó el dinero en casa, asà que pidió al posadero que le pusiera dos huevos duros para desayunar y prometió pagar cuando volviera del mercado.
El posadero conocÃa muy bien al artesano, por lo que le preparó el desayuno sin dudarlo. Miguel venció al hambre y se dirigió al mercado a vender su mercancÃa. El bullicio frente a su puesto creaba un ambiente agradable. Sus amigos, e incluso completos desconocidos, le invitaban a unirse a ellos y divertirse por la ciudad. Y asÃ, se olvidó por completo de su deuda en la posada.
Pasaron meses, luego años. Miguel aún no habÃa pagado aquel desayuno, y el posadero nunca le recordó su deuda.
Pero al cabo de cinco años, el posadero le preguntó al manitas:
—Miguel, ¿cuándo pagarás esos dos huevos duros que te comiste y nunca pagaste?
Miguel intentó pensar, pero no recordaba esa deuda. Al cabo de un rato, se dio un golpe en la frente: era cierto, mucho tiempo atrás se le habÃa olvidado el dinero y habÃa desayunado en la posada con la condición de volver después del trabajo a pagar. Sin embargo, tras ir al mercado, se fue a…