Érase una vez un reino gobernado de forma justa y benévola por el rey y la reina. La pareja deseaba tener descendencia y pronto tuvieron a una niña preciosa, que tenÃa el cabello negro como un cuervo, los labios rojos como la sangre y la piel blanca como la nieve y, por ello, la llamaron Blanca Nieves. Desgraciadamente, la reina murió de manera trágica después de dar a luz a la princesa.
Los años pasaron, y el rey volvió a casarse y celebró una fastuosa boda real. La nueva reina era muy hermosa, pero también arrogante y deshonesta. Nadie advirtió lo malvada que era realmente.
La posesión más preciada de la reina era un espejo mágico que habÃa transportado en secreto hasta sus aposentos reales y con el que hablaba con frecuencia.
Cada noche, antes de acostarse, le preguntaba:
—Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa?
A lo que el espejo siempre contestaba:
—Tú, mi reina, eres la más hermosa de todas.
Un dÃa, el rey cayó enfermo y su dolencia pronto se lo llevó. Se extendió un gran pesar por el reino y todos los lugareños lloraron la muerte de su amado rey. Su esposa, la reina, se convirtió en una despiadada soberana.
Desde ese dÃa, Blanca Nieves vivÃa sola en el palacio junto a la malvada bruja. Cuando Blanca Nieves cumplió dieciocho años, la reina se sentó frente al espejo mágico de su habitación, como siempre hacÃa, y se cepilló el cabello con un peine dorado.
—Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa? —le preguntó, como de costumbre.
—Tú eres muy bonita, mi reina —dijo el espejo—, pero Blanca Nieves es la más hermosa del reino.
La reina estalló…