Blanca Nieves y los siete enanitos

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Este cuento es una historia mundialmente famosa en la que el bien vence al mal. Cuando la hermosa Blanca Nieves escapa de la malvada reina, consigue la ayuda de siete enanitos que viven en una modesta cabaña en el bosque.

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Blanca Nieves y los siete enanitos
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Érase una vez un reino gobernado de forma justa y benévola por el rey y la reina. La pareja deseaba tener descendencia y pronto tuvieron a una niña preciosa, que tenía el cabello negro como un cuervo, los labios rojos como la sangre y la piel blanca como la nieve y, por ello, la llamaron Blanca Nieves. Desgraciadamente, la reina murió de manera trágica después de dar a luz a la princesa.

Los años pasaron, y el rey volvió a casarse y celebró una fastuosa boda real. La nueva reina era muy hermosa, pero también arrogante y deshonesta. Nadie advirtió lo malvada que era realmente.

La posesión más preciada de la reina era un espejo mágico que había transportado en secreto hasta sus aposentos reales y con el que hablaba con frecuencia.

Cada noche, antes de acostarse, le preguntaba:

—Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa?

A lo que el espejo siempre contestaba:

—Tú, mi reina, eres la más hermosa de todas.

Un día, el rey cayó enfermo y su dolencia pronto se lo llevó. Se extendió un gran pesar por el reino y todos los lugareños lloraron la muerte de su amado rey. Su esposa, la reina, se convirtió en una despiadada soberana.

Desde ese día, Blanca Nieves vivía sola en el palacio junto a la malvada bruja. Cuando Blanca Nieves cumplió dieciocho años, la reina se sentó frente al espejo mágico de su habitación, como siempre hacía, y se cepilló el cabello con un peine dorado.

—Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa? —le preguntó, como de costumbre.

—Tú eres muy bonita, mi reina —dijo el espejo—, pero Blanca Nieves es la más hermosa del reino.

La reina estalló en furia y lanzó el peine dorado contra el suelo, tan fuerte que se rompió en mil pedazos. Concluyó que debía deshacerse de Blanca Nieves tan pronto como pudiera y, tras discurrirlo durante unos minutos, mandó llamar a su mejor cazador.

—Quiero que lleves a Blanca Nieves al bosque y la mates —anunció—. Y, como prueba de que cumpliste con tu deber, arráncale el corazón y tráelo ante mí.

Al anochecer del siguiente día, el cazador llevó a Blanca Nieves a las profundidades del tenebroso bosque. La pobre muchacha presentía que algo no iba bien y comenzó a rogar por su vida.

—¡Por favor, no me mates! —dijo—. Me iré lejos y nadie volverá a verme nunca más. ¡Pero, por favor, déjame vivir!

Era tan buena y pura que el cazador no tuvo valor de hacerle daño. Tras meditarlo durante largo rato, finalmente dijo:

—Muy bien, pero debes huir muy, muy lejos y no vuelvas jamás. Todos deben pensar que estás muerta o nos matarán a ambos.

Blanca Nieves se lo agradeció y se adentró lo más lejos que pudo en la oscuridad del bosque. Corrió a través de una maraña de árboles retorcidos y no miró atrás ni una vez. El miedo se le había metido en los huesos. A veces, parecía que los árboles y los arbustos se abalanzaban sobre ella e intentaban decirle algo. Corrió hasta que ya no sentía las piernas, pero tropezó con una rama y cayó rodando colina abajo. Cuando al fin dejó de dar vueltas, vio ante ella una casita totalmente cubierta de musgo. A pesar de que estaba asustada, se acercó y llamó a la puerta.

Parecía que no había nadie, así que decidió entrar. El interior era muy acogedor. Al ver platos de comida y agua sobre la mesa, su estómago empezó a rugir muy fuerte porque hacía muchas horas que no probaba bocado. Había siete platitos y siete tacitas de barro, y comió y bebió un poco de cada uno de ellos. Luego, pasó a la habitación contigua, en la que se encontró siete pequeñas camas, unas al lado de otras. Se tumbó a lo largo de las siete y pronto se quedó dormida.

En realidad, la casa pertenecía a siete enanitos que habían estado trabajando todo el día y que estaban a punto de regresar a casa. Apenas entraron, vieron algo raro.

—¿Quién se comió mi pan? —preguntó el primero.

—¿Quién bebió de mi taza? —dijo el segundo.

—¿Quién se sentó en mi silla? —el tercero.

—¿Quién usó mi tenedor? —el cuarto.

—¿Quién se comió mis verduras? —el quinto.

—¿Quién cortó con mi cuchillo? —el sexto.

El séptimo abrió un poco la puerta del dormitorio y miró por la rendija:

—¿Quién duerme en nuestras camas?

Los enanitos entraron en silencio en la habitación y observaron dormir a Blanca Nieves.

—¿Qué es? —preguntó uno de ellos.

—A saber, ¡pero es preciosa! —dijo otro.

—¡Despertémosla! —propuso el tercero.

—Pero ¿por qué duerme en nuestras camas? —preguntó el cuarto, con el ceño fruncido.

—Dejémosla dormir, seguro que nos explica todo cuando despierte —dijo el quinto.

Y así esperaron, impacientes, a que Blanca Nieves despertara. Cuando al fin abrió los ojos, vio a siete enanitos barbudos que la miraban y no pudo contener un chillido de miedo. Tras incorporarse y mirarlos más de cerca, su miedo se esfumó. Los ojos de los enanitos eran amables y, de hecho, tenían una expresión de sorpresa.

—¿Quién eres? ¿Cómo llegaste aquí? —preguntó el quinto de los enanos, que era el mayor y el más sabio de todos.

—¿Qué eres? —preguntó el segundo, que era el más tonto.

—Me llamo Blanca Nieves. La reina intentó matarme, pero conseguí escapar y corrí por el bosque hasta que me encontré con vuestra casa. Lo siento, tenía tanta hambre que necesitaba comer algo y, luego, supongo que me dormí.

—Entonces, ¿eres una princesa? —preguntó el sexto enano.

—Sí, pero, por favor, no me hagáis regresar. Puedo cocinar y limpiaros la casa, ¡pero dejad que me quede! —dijo Blanca Nieves, pues sabía que no podía volver al castillo.

—De acuerdo, bonita. De ahora en adelante, serás uno de los nuestros —dijo el séptimo enano mientras le estrechaba la mano.

¡La casa de los enanos nunca había estado tan limpia! Les encantaba que Blanca Nieves viviera con ellos; cantaban, bailaban y festejaban todos juntos. Por la mañana, ella les decía adiós con la mano cuando partían hacia el trabajo en las minas. Al volver a casa, se encontraban con la comida hecha y la mesa puesta. A todos les preocupaba dejar a Blanca Nieves sola todo el día, así que le dijeron que tuviera cuidado y que no le abriera la puerta a nadie.

En el palacio, la malvada reina sostenía entre las manos la caja con el corazón de su hijastra y se sentía victoriosa. Había recompensado al cazador generosamente y, ahora, se encontraba de nuevo frente al espejo:

— Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa?

— Tú eres muy bonita, mi reina, pero Blanca Nieves es la más hermosa del reino.

La reina gritó y tiró al suelo la caja con el corazón de ciervo. Comprendió que el cazador no había matado a Blanca Nieves. No podía vivir sabiendo que su hijastra era más hermosa que ella, por lo que se transformó en una anciana llena de arrugas y se adentró en el bosque en busca de Blanca Nieves.

Cuando descubrió la casa de los enanitos, clamó:

—¡Vean mi mercancía! ¡Acérquense y miren dentro de la cesta!

Blanca Nieves corrió la cortina y miró al exterior, pero no podía ver lo que la anciana vendía desde la ventana donde estaba, así que abrió la puerta y se aproximó a admirar las telas y las bandas de colores que llevaba.

—Esta te lo regalo, tesoro, ¡porque eres muy bonita! —dijo la bruja disfrazada cogiendo una preciosa banda roja—. Déjame que te la ajuste.

La anciana se situó a su espalda y le colocó la banda alrededor de la cintura, pero estaba tan apretada que Blanca Nieves no podía respirar y cayó al suelo dando bocanadas de aire. La reina se giró para irse y soltó una carcajada:

—¿Quién es ahora la más hermosa, Blanca Nieves?

Por suerte, los enanitos ya estaban de camino a casa y, al ver a Blanca Nieves en el suelo, se apresuraron a desatarle la banda de la cintura. Cuando recobró la conciencia y pudo respirar con normalidad, los enanitos le rogaron que no volviera a confiar en nadie que se acercara a la casa. La reina había descubierto que Blanca Nieves estaba viva y que vivía allá con ellos.

La reina regresó a palacio y volvió a su forma original. Subió corriendo ante el espejo y le preguntó:

— Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa?

— Tú eres muy bonita, mi reina, pero Blanca Nieves es la más hermosa del reino.

No podía creerlo. ¿Cómo era posible que siguiera viva? Al día siguiente, se transformó de nuevo en la anciana, pero esta vez llevaría cepillos para el cabello cubiertos de veneno.

Cuando llegó a la casa de los enanos, comenzó a anunciar:

—¡Mercancía nueva, vengan a verla! ¡Tengo unos productos maravillosos a la venta!

—Yo no quiero nada, ¡vete! —gritó Blanca Nieves, antes de cerrar la ventana con premura.

—¿No quieres echar un vistazo? —preguntó la anciana. Se acercó a la ventana y le mostró un precioso cepillo dorado. La muchacha se dejó engañar una vez más y abrió la puerta, cautivada por la belleza del objeto. La mujer se ofreció a cepillarle el cabello a Blanca Nieves y tan pronto el cepillo tocó su cabeza, el veneno pasó a su cuerpo y la joven cayó al suelo.

—¡Así aprenderás! —dijo la reina con rencor.

Los siete enanitos volvieron a casa y encontraron de nuevo a Blanca Nieves tendida en el suelo. Corrieron hacia ella y uno vio el cepillo enredado en su cabello. Blanca Nieves despertó tan pronto se lo quitaron.

—Debe de haber sido la malvada reina. ¡Hará cualquier cosa con tal de matarte! —gritó furioso uno de los enanitos, que cavó un agujero en la tierra y enterró el cepillo envenenado para que nadie pudiese encontrarlo.

—Blanca Nieves, solo puedes confiar en nosotros. No le abras la puerta a nadie y no aceptes nada de nadie.

Blanca Nieves estaba avergonzada de que la hubieran engañado dos veces, por lo que prometió no volver a abrirle la puerta a nadie.

Esa noche, la reina volvió a preguntarle al espejo:

— Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa?

Una vez más, el espejo respondió que Blanca Nieves era la más hermosa del reino.

La reina se puso hecha una furia al fallar por segunda vez. No descansaría hasta que Blanca Nieves estuviera muerta.

—Esta vez, la envenenaré por dentro para que nadie pueda despertarla —murmuró la reina para sí, y se encaminó a la cocina para elaborar un veneno espantoso.

A la mañana siguiente, los enanos partieron de nuevo para la mina y la reina se transformó en una vieja mendiga. Estaba demacrada y vestía con harapos, ya que sabía que la bondadosa Blanca Nieves se compadecería de ella.

Al acercarse a la casa de los enanos, gritó:

—¡Manzanas! Compren una para ayudar a esta pobre mendiga.

Blanca Nieves miró por la ventana y vio a una desdichada anciana con una cesta llena de unas manzanas rojas muy apetitosas.

—Toma una manzana, dulce niña —le ofreció la mendiga.

—Gracias, pero no puedo —respondió Blanca Nieves desde la ventana de la cocina—. No puedo aceptar nada de extraños.

—Pero, tesoro, ¿crees que te vendería una manzana en mal estado? —dijo agarrando una.

La cortó en dos y le dio una de las mitades a Blanca Nieves.

— Toma, podemos compartir esta.

La reina disfrazada sonrió a la muchacha y se comió su mitad de la manzana. Sabía que no corría peligro alguno, pues solo había envenenado la mitad que le había entregado y que Blanca Nieves estaba a punto de morder. Esta ni siquiera sospechaba que pudiera haber envenenado solo la mitad, ¡así que le dio un bocado! El sabor amargo del veneno se extendió por todo su cuerpo y pronto se sumió en un profundo sueño.

Cuando los enanos regresaron de la mina, intentaron revivirla, pero no pudieron salvarla. Rebuscaron por su cabello y sus ropas por si había algo sospechoso, pero no encontraron nada. La realidad era que Blanca Nieves no respiraba. Los enanos estaban destrozados y lloraron por un día entero y, esa noche, fabricaron un ataúd. Pero no uno cualquiera. Estaba hecho de cristal para que todo el mundo pudiera admirar la belleza de Blanca Nieves y, en lugar de enterrarla, la cargaron hasta lo alto de una colina y construyeron un santuario. En un lateral del ataúd, grabaron la inscripción: «PRINCESA BLANCA NIEVES».

Esa noche, la reina le preguntó muy orgullosa al espejo:

— Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa?

—Tú, mi reina, eres la más hermosa del reino.

La reina lanzó al aire una malvada risa y su voz resonó por todo el palacio. ¡Al fin podría descansar sabiendo que era la mujer más hermosa de todo el reino!

Los animales de los bosques colindantes escucharon la malvada risa de la reina y entendieron que había conseguido su propósito. Todos fueron a reunirse alrededor del ataúd de Blanca Nieves, donde los enanitos se pasaban día y noche llorando la muerte de su amiga.

Un día, un príncipe pasó cerca de la colina y, al mirar hacia la cima, vio a una multitud congregada alrededor del ataúd. Eso despertó su curiosidad y decidió ir a ver qué ocurría. Cuando llegó a la altura del grupo, vio a la mujer más hermosa que había visto jamás.

—Nunca había visto a una mujer tan bonita —dijo el príncipe—. ¿Qué le ocurrió?

Uno de los enanitos explicó lo ocurrido y el príncipe les preguntó si podría llevársela con él para ver si el mago de su castillo podía sanarla. A los enanos no les gustaba tener que moverla, pero finalmente accedieron ante la posibilidad de revivirla. Los ocho cargaron el ataúd y pusieron rumbo al castillo. De repente, uno de los enanos tropezó con una piedra y soltó la esquina que sostenía, lo que hizo que a los demás se les escapara también de las manos. Todos miraron con impotencia el hermoso ataúd hecho añicos en el suelo. Para su sorpresa, el golpe de la caída hizo que el trozo de manzana saliera disparado de la garganta de Blanca Nieves. El veneno dejó de surtir efecto y, de buenas a primeras, podía volver a respirar.

Se incorporó con calma y miró a sus amigos.

—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —preguntó confusa.

Los enanos quedaron embargados por la emoción cuando vieron que estaba viva. ¡Era un milagro! Le agradecieron al príncipe por insistir en mover el ataúd y le presentaron a su hermosa amiga. Se gustaron de inmediato y el príncipe le preguntó si le concedería el honor de casarse con él.

—Yo cuidaré de ti y nunca te pasará nada malo —afirmó. Tenía unos ojos muy bondadosos y le dijo que sus amigos los enanos siempre serían bienvenidos en palacio, por lo que ella aceptó.

La malvada reina no tenía idea de lo que había ocurrido y, esa noche, se volvió a sentar frente a su espejo mágico.

— Sabio espejo consejero, dime una cosa, ¿quién es en este reino la más hermosa?

—Tú eres muy bonita, mi reina, pero la prometida del príncipe es la más hermosa del reino —dijo el espejo de forma un poco engreída.

La reina no sabía que la prometida del príncipe era Blanca Nieves, pero aun así no iba a permitir la existencia de una belleza superior a la suya.

Partió hacia el castillo del príncipe justo a tiempo para asistir a la gran boda. Cuando vio a Blanca Nieves con un magnífico vestido de novia, no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Cómo podía estar viva?

Los siete enanos fueron los primeros en ver a la reina merodeando por el castillo y avisaron rápidamente al príncipe, que llamó a sus guardias y expulsó a la malvada bruja de sus tierras para siempre. Mientras tanto, en el palacio, los sirvientes de la reina descolgaron el espejo de la pared y lo tiraron por la ventana de la torre para que nunca nadie pudiera usarlo más.

Desde ese día, todos los habitantes del reino vivieron felices. Las campanas sonaron para anunciar la nueva pareja real y Blanca Nieves y el príncipe fueron felices para siempre.

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