La luz del dÃa desaparecÃa gradualmente, eclipsada por una gran puerta de metal y cuando todo quedó oscuro, sonó un fuerte estruendo. La bodega de carga cerró en un instante. Sal y Pimienta bajaron del vagón de carga. Al parecer, ahora se encontraban en un almacén, en las entrañas de un barco en movimiento. Y aunque habÃan planeado regresar a casa desde Estambul en tren, el destino tenÃa otro plan para nuestro par: ¡El vagón en el que habÃan subido se cargó en un transatlántico!
Por fortuna, Pimienta entendió los pictogramas de las paredes que parpadeaban como farolas.
—Vamos, por aquà —le dijo Pimienta, tratando de encontrar una ruta de escape.
—¿Sabes lo que significan esas señales? —le preguntó Sal, solo para estar segura, aunque confiaba plenamente en su amiga.
—SÃ, siempre hay que ir en dirección a las flechas. Te sacarán de cualquier apuro —le dijo Pimienta con seguridad.
Y asÃ, nuestro par ascendió lentamente por la escalera de metal, tal como indicaban las flechas en las paredes. Cansadas y jadeando, finalmente se detuvieron frente a un gran par de puertas de metal.
—¿En dónde estamos? —preguntó Sal, esperando una respuesta inmediata, pero Pimienta no tenÃa la menor idea.
—¡Oigan, ustedes dos! ¿Qué están haciendo aquÃ? —dijo un grito de la nada.
Sal y Pimienta se dieron la vuelta y vieron a dos extraños que apretaban los puños con un aspecto severo y juzgando con sus miradas a los recién llegados.
—No nos hagan nada, estamos… vinimos… estamos de visita —dijo Sal temblando de terror.
Los dos extraños inmediatamente comenzaron a reÃr. Pimienta se aclaró la garganta y admitió:
—En realidad, no sabemos ni en dónde estamos. Llegamos aquà por accidente.
La pareja de aspecto severo esbozó una sonrisa amistosa y se…