Érase una vez un mono muy listo que vivÃa entre la maleza de un espeso bosque. Siempre estaba de mal humor y, un dÃa, mientras comÃa un higo morado y maduro en lo alto de un árbol, se clavó una espina en la cola.
—¡Au! ¡Ay, ay, ay, cómo duele!
Y gritó tan fuerte que casi todos los higos maduros cayeron al suelo del susto.
Intentó sacarse la espina que tenÃa clavada en la cola, pero no pudo. Le dolÃa mucho y era muy grande y no podÃa agarrarla con sus manos tan pequeñas. Decidió ir corriendo a un pueblo humano, que estaba allà cerca, en el valle, para asà pedir ayuda. «Ellos tienen las manos más grandes que yo», pensó con optimismo.
Caminó por las calles embarradas hasta que se encontró con el taller de un artesano. «¡Seguro que aquà hay alguien que puede ayudarme!», pensó, respirando con alivio antes de entrar. Miró a su alrededor y vio objetos de todas las formas y colores. ¡Seguro que podÃan ayudarlo!
—Amigo —le dijo al hombre que estaba detrás de la mesa—, ¿me puedes ayudar? Tengo una espina clavada en la cola —y se inclinó para mostrarle—. ¡Au! ¡Me duele mucho y no puedo sacarla!
El artesano era un hombre amable y estaba encantado de sacarle la espina y poder servirle de ayuda. El mono se retorcÃa de dolor, no podÃa quedarse quieto, hasta que, en ese momento, al hombre se le resbaló el cuchillo que tenÃa en la mano y, sin siquiera darse cuenta, le cortó un trozo de la cola, que cayó al suelo. Plop.
—¡¡¡AU, AU, AU!!! —gritó el mono con todas sus fuerzas—. ¡Ponme la cola en su sitio!
Pero el artesano se habÃa asustado tanto que no supo hacer otra cosa más que…