Afuera, en el patio de recreo, habÃa un gran montón de nieve con niños jugando alrededor. Algunos se lanzaban bolas de nieve, mientras que otros rodaban por las colinas de nieve blanca y otros hacÃan muñecos de nieve.
Uno de esos muñecos de nieve, uno bonito, observaba toda la conmoción con sus dos ojos negros como el carbón y una sonrisa irónica en su rostro. Uno de sus ojos era más grande que el otro y parecÃa que estaba guiñando el ojo.
Todos los niños se estaban divirtiendo, cuando un niño y una niña entraron en el patio de recreo. Su piel era como un chocolate sedoso, diferente a la piel de los otros niños. Tuvieron pena por unos segundos y luego se armaron de valor para ir hacia un grupo de niños que estaban cerca de ellos.
—¿Podemos ser sus amigos? —preguntó el niño que acababa de llegar.
Los demás niños dejaron de jugar.
—No, no pueden —dijo uno de los niños.
El niño nuevo suspiró y bajó la cabeza. Luego murmuró:
—¿Por qué?
—Porque eres diferente.
—¿Diferente cómo? —preguntó el niño nuevo, insistente.
—Muy diferente. MÃrate, no puedes ni hablar correctamente. —bromeó uno de ellos, con burlas.
El niño nuevo se puso triste. Se dio la vuelta y volvió con su hermana. Al pasar junto al muñeco de nieve, una de las piedras que formaban su sonrisa se cayó. Ya no parecÃa estar sonriendo. Al contrario, ahora se veÃa triste.
El niño recogió la piedra y la volvió a colocar en su lugar. El muñeco de nieve volvÃa a sonreÃr. Y no solo eso…
—Gracias, amable chico —dijo el muñeco de nieve, tomando por sorpresa al recién llegado—.
—Gracias, chiquillo —dijo el muñeco de nieve.
—¿Tú puedes hablar? —dijo el…