La alarma de un viejo despertador se oyó por toda la casa: «¡Crrriiiiiistóbal, Crrriiiiiistóbal, hora de despertarse!».
El conejo seguÃa envuelto en su cálido edredón. Pero en cuanto el sonido del despertador llegó a sus largas orejas, se puso de pie de un salto y se desperezó. Se cepilló bien sus largos dientes y fue a la cocina a prepararse un buen desayuno.
Sin embargo, cuando abrió la despensa, la encontró casi vacÃa.
Sólo habÃa un par de cebollas, unos dientes de ajo pequeños y un puñado de papas. Se le acabó todo el heno ayer por la mañana, todas las hierbas a la hora de almorzar y también el pan en la cena de anoche.
—¿Qué hago ahora? —se preguntaba Cristóbal mientras le rugÃa la barriga. ¡Y entonces se le ocurrió! Agarró una vieja cesta de mimbre y salió corriendo de casa.
¡Qué bien se estaba fuera! El aire del bosque olÃa a fresco y el sol brillaba con fuerza. Cristóbal cerró la puerta de su casa y se dirigió a la madriguera del zorro ZacarÃas. El conejo llamó a la puerta redonda de madera. La puerta se abrió y ZacarÃas asomó su cabeza.
—¡Buenos dÃas, Cristóbal! ¿Adónde vas con esa cesta? —preguntó con curiosidad.
—Casi me he quedado sin comida, asà que he decidido ir a recolectar arándanos, frambuesas y fresas. ¿Quieres venir conmigo?
—¡SÃ, me encantarÃa! — El zorro volvió a meterse en su madriguera y, tras un momento de traqueteo, salió. SostenÃa una cesta de mimbre con la pata, parecida a la que tenÃa Cristóbal— ¡Vamos! —dijo, y los amigos se pusieron en marcha.
Vagaron por el bosque, olfatearon por todas partes y recolectaron todo lo que encontraron. Las cestas ya estaban medio llenas cuando Cristóbal dijo:
—¡ZacarÃas, ven a ver esto! He…