HabÃa una vez una niña que se llamaba Gemma. Gemma estaba deseando tener un monopatÃn y sabÃa al detalle cómo querÃa que fuera: tenÃa que ser rosa con unas borlas en el mango y, lo más importante, debÃa tener un timbre con forma de unicornio. Como siempre se portaba muy bien, sus padres le regalaron el monopatÃn por su cumpleaños.
Gemma estaba tan contenta que aparcó el monopatÃn al lado de su cama, porque querÃa que fuera lo primero que viera cuando abriera los ojos por la mañana. Cuando se despertó al dÃa siguiente, vio que no habÃa sido un sueño y saltó de la cama de felicidad.
Se vistió muy rápido y desayunó a toda prisa: estaba deseando salir fuera a probar su nuevo regalo. En un momento, ya estaba zumbando sobre el asfalto, tocando muy feliz el timbre. ¡Qué divertido era!
Desde ese momento, Gemma no salÃa de casa sin su monopatÃn, daba igual el tiempo que hiciera. Lo mejor era cuando iba al jardÃn de infancia. La carretera estaba un poco cuesta abajo y a Gemma le encantaba la sensación del viento en la cara moviéndole los cabellos bajo el casco. Se sentÃa como un cometa.
Cuando, en invierno, nevó y todo se cubrió de blanco, tuvo que dejar el monopatÃn en casa. Aun asÃ, nunca se olvidaba de acariciarlo cuando llegaba a casa y le decÃa para consolarlo:
—No te preocupes, pronto se irá el frÃo.
Y el monopatÃn se quedaba tranquilo y feliz, esperando la primavera.
Pero ocurrió algo que el monopatÃn no se esperaba. La primavera llegó, asà como el cumpleaños de Gemma, y como a sus padres les gustaba mucho montar en bici, le regalaron su primera bici de verdad. Al principio, le costó un poco aprender a…